La fuerza desproporcionada que una vez más ha escogido Israel sólo conducirá a más violencia. Los israelíes lo saben, pero prefieren esto a una alternativa que comportaría concesiones políticas que ningún Gobierno hebreo está dispuesto a hacer.
Para desactivar a la organización extremista Hamás es necesario que Israel primero salga de los territorios que ocupó en la guerra de 1967 y que comprenden el 22% de la Palestina histórica. Sólo así Hamás perdería buena parte de la credibilidad de la que hoy disfruta en Cisjordania y Gaza y que la condujeron a una aplastante victoria en las últimas elecciones legislativas.
Israel no está por la labor y los palestinos lo saben, y esta creencia firme y cierta les conduce a apoyar a Hamás. Israel prefiere la confrontación constante a la retirada de sus colonos.
La prueba es que el número de colonos no para de crecer y que el Gobierno impulsa constantemente la transferencia de la población judía a Cisjordania en contra de la IV Convención de Ginebra, por no hablar del desaguisado que se lleva a cabo en el sector ocupado de Jerusalén día a día.
En el momento actual, la tragedia palestina no está causada tanto por Israel como por la comunidad internacional que permanece con los brazos cruzados.
La comunidad internacional se queda con los brazos cruzados
Los líderes occidentales dejan hacer a Israel todo lo que quiere y de vez en cuando se limitan a condenar los excesos con la boca pequeña, pero sin adoptar ninguna medida que le obligue a adoptar una política menos colonialista y más acorde con el siglo XXI.
El último dirigente occidental en pasar por la zona ha sido el primer ministro del Reino Unido, Gordon Brown. El mandatario británico, como todos sus colegas, ha condenado la imparable expansión judía en los territorios ocupados, pero lo que es hacer, no ha hecho nada.
Esta actitud viciosa envalentona a los líderes israelíes y les permite seguir violando las leyes internacionales.
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