En una isla exuberante de verdor vivía una vaca en soledad.
Pastaba allí hasta la caída de la noche y así engordaba cada día.
Por la noche, al no ver la hierba, se inquietaba por lo que iba a comer al día siguiente; y esta inquietud la dejaba tan delgada como una pluma.
Al amanecer, el prado reverdecía y ella se ponía de nuevo a pacer con su apetito bovino hasta la puesta del sol.
Estaba de nuevo gorda y llena de fuerza.
Pero, en la noche siguente, volvía a lamentarse y a adelgazar.
Por mucho tiempo que pasara, nunca se le ocurría que el prado no disminuía y que no tenía por qué inquietarse de aquel modo.
Pastaba allí hasta la caída de la noche y así engordaba cada día.
Por la noche, al no ver la hierba, se inquietaba por lo que iba a comer al día siguiente; y esta inquietud la dejaba tan delgada como una pluma.
Al amanecer, el prado reverdecía y ella se ponía de nuevo a pacer con su apetito bovino hasta la puesta del sol.
Estaba de nuevo gorda y llena de fuerza.
Pero, en la noche siguente, volvía a lamentarse y a adelgazar.
Por mucho tiempo que pasara, nunca se le ocurría que el prado no disminuía y que no tenía por qué inquietarse de aquel modo.
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