lunes, 26 de abril de 2010

Fascinante viaje submarino sin “mojarse”

Después de ver este bellísimo documental de hora y media sobre los océanos y sus criaturas me pregunto que nos han querido contar sus responsables y llego a la conclusión de que lo de siempre: que los océanos encierran una gran belleza en un delicado equilibrio ecológico, que el hombre es muy malo, que el desarrollo insostenible va a acabar con muchas especies marinas, que en una generación hemos eliminado decenas de ellas apenas descubiertas y que dentro de nada sólo las podremos ver en un acuario. Y me pregunto: qué tengo que hacer yo, qué puedo hacer yo, aparte de deleitarme con las imágenes y sufrir. Y no lo sé. Y eso no me gusta. Bueno, la distribuidora española y WWF España han lanzado un manifiesto para que lo firme quien quiera, aunque a mí me sabe a poco, a poquísimo.

Es decir, que Jaques Perrin y Jacques Cluzaud, hacedores también de Nómadas del viento (la sorprendente película sobre las aves migratorias en la que se utilizó el troquelado por primera vez), nos sumergen en el mar durante 90 minutos para enseñarnos como nunca antes se había hecho animales maravillosos y extraordinarios en su medio mientras un narrador nos sobresalta de vez en cuando con unas advertencias apocalípticas sin darnos pautas de comportamiento a quienes queremos hacer algo. Así que sólo nos queda disfrutar de la belleza acompañados de la espléndida música de Bruno Colais, el responsable de la BSO de Los chicos del coro, mientras se nos va encogiendo el corazón.

La armonía de millares de brillantes medusas meciéndose en el mar. El frenesí de cientos de delfines acorralando a un banco gigante de sardinas mientras las aves se clavan como saetas desde el cielo intentando comerse alguna. El extraño cortejo de dos delfines. La quietud de una hembra de morsa, de foca o de cachalote con su cría. El caos de miles de cangrejos caminando por el fondo marino. El terror de unas focas acosadas por orcas y tiburones blancos. La ambigüedad y el camuflaje de los peces de arrecife. El duelo a muerte entre un bogavante y un cangrejo. La turbadora mirada pacífica de las ballenas. La sobrecogedora soledad del oso polar. El lento caminar de las estrellas de mar o los erizos. La simbiosis perfecta entre los depredadores y sus huéspedes. El viaje desesperado hacia al mar de las tortugas recién nacidas en la playa.


También un tiburón agonizante arrojado al mar desde el barco pesquero sin aleta dorsal ni caudal ni pectorales, que se hunde despacio hasta el fondo del océano entre boqueadas de angustia porque no puede nadar y se muere. Tortugas, delfines, tiburones ballena y otras especies protegidas que agonizan entre las redes de arrastre de un pesquero. El grito de una ballena atravesada por un arpón que se pierde en el océano junto a su último suspiro. Una foca ennegrecida de alquitrán que juega por el fondo marino con un carro de la compra de un supermercado hasta que sube a respirar entre plásticos, latas y suciedad: en el horizonte, en la costa, lo que parece una gran refinería.

No hay personas. Sólo la voz del narrador y su presencia esporádica, al principio, al final y en medio de la película para visitar un museo de ciencia natural con especies desaparecidas, explicándole a un niño, a todos nosotros –en realidad Jacques Perrin a su hijo pequeño-, lo que pasará si no ponemos remedio. Y también un pesquero y una fragata atrapados en un mar enfurecido. Y un submarinista minúsculo, intruso desconocido que sólo despierta curiosidad en el tiburón blanco o la ballena gris junto a los que nada.

La producción documental más cara de la historia. Cuatro años de rodaje. La última generación de cámaras y artefactos submarinos en las manos de los mejores profesionales del medio. Todo esto y lo anterior es Océanos, un impresionante documental de una hora y media que se acaba de estrenar aprovechando la celebración el día 22 del Día Mundial de la Tierra. Su aspecto más turbio -digamos mejor, ambiguo- es que los 50 millones de euros que ha costado los han financiado, entre otros, las compañías energéticas Total, EDF y Veolia a través de sus fundaciones. El eterno dilema de si el fin justifica los medios. Que juzgue cada cual.

Esperemos que después de verlo alguien salga del cine concienciado de lo que vive y se muere en el mar y que cambie sus actitudes ante el progreso desmedido e insostenible, no sabemos hacia dónde. De lo único de lo que yo estoy seguro después de verlo es de que los mares guardan una riqueza biológica impresionante, de que no volveré a probar la sopa de aleta de tiburón y de que me gustaría saber si el pescado que me como procede de una pesca sostenible o no, porque si no me paso a la verdura; eso sí, que no sea transgénica.

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